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La presencia del Señor…

Hablamos ligeramente de la presencia del señor y de entrar en la presencia del Señor y realmente; ¿Tenemos conciencia de lo que decimos? ¿Realmente creemos que podemos entrar en la presencia de quien debería ser parte activa de nuestra vida? ¿Qué parte de la nueva vida en Cristo es la que no entendimos?

Oramos entrando en la presencia del Señor hablamos y casi pedimos permiso para entrar en la presencia de quien debería vivir en nosotros.
Qué nos dice la Biblia respecto de entrar en la presencia del Señor?
Cómo se manifestaba la presencia del Señor en el antiguo pacto y después de Cristo?
Veamos algunas consideraciones.
En el antiguo testamento, la presencia de Dios aparece manifestándose en innumerables condiciones y circunstancias.
En Adán, antes de la caída, podemos ver que la presencia de Dios era algo cotidiano, como debería ser para nosotros, si es que recibimos el bautismo en el Espíritu Santo y por tanto es Dios mismo viviendo en nosotros a través de su Espíritu.
Después de la caída, la relación del ser humano con Dios se transformó en algo lejano. Pero Dios, en su amor, siempre estuvo dispuesto a oír nuestra súplica y a resolver las cosas que dejamos bajo su dominio. Incluida toda nuestra vida.
En Abraham podemos ver una relación con Dios y con ángeles enviados por Dios de forma casi coloquial, no notamos un distanciamiento respetuoso ni un trato que fuera más o menos familiar entre Abraham y Dios.
En Moisés es donde encontramos por primera vez una manifestación de Dios más espectacular, por decirlo de alguna manera. Dios se le aparece a Moisés en una zarza como un fuego que no se apaga y le habla de forma que Moisés se asusta en extremo.
Cuál es la diferencia entre Moisés y Abraham? Aparentemente ninguna, pero en el fondo podemos ver que Abraham mantenía una mejor y más fluida relación con Dios que Moisés hasta el hecho de la zarza.
Después de este hecho, Moisés fue revestido o llenado por el Espíritu de Dios y a partir de ahí la comunicación y el trato es totalmente diferente y se transforma en el líder que saca a Israel de Egipto.
Así como en Moisés, en otros muchos casos podemos ver que, hasta que fueron revestidos por el Espíritu de Dios, la visitación de Dios fue casi traumática para casi todos aquellos que tuvieron algún contacto con Dios y su presencia.
Cuando llegamos al Nuevo Testamento las cosas comienzan a verse de otra manera, es que Dios estaba, en la persona de Cristo, entre el pueblo de Israel. Por eso no nos extraña que no tengamos referencias a manifestaciones divinas especiales.
En al caso de los cuatro evangelios, solo podemos encontrar un hecho excepcional cuando la transfiguración, durante la cual los apóstoles vieron al Señor y a Moisés y Elías.
En los demás libros del NT solo vemos que la presencia de Dios se manifiesta de forma especial dos veces o tres: – cuando se le revela a Saulo, camino de Damasco, (Saulo no tenía al Espíritu Santo) y – en Apocalipsis cuando le aparece a Juan para transportarlo para que pueda ver las visiones que de otra forma no podría haber relatado. (Juan si tenía el Espíritu pero el propósito era mucho mayor y ameritaba una forma de visitación especial)
En ninguna de las oraciones de los apóstoles encontramos que ninguno mencione ni siquiera la idea de entrar en la presencia de nadie, porque si tenían el Espíritu en ellos, con ellos y sobre ellos no necesitaban más que hacerlo fluir. El mismo Espíritu vive y reina en nuestras vidas. ¿Lo creemos? ¿Lo tenemos?
En algunos pasajes podemos encontrar que el mismo Jesús nos enseña que tengamos cuidado del engañador.
Pablo nos dice que el enemigo viene disfrazado como ángel de luz.
Ahora bien; si la presencia de Dios mora en mi, cuando me propongo entrar en Su presencia, ¿en la presencia de quien estoy queriendo entrar?
¿No será que mis emociones me están mintiendo y estoy sintiendo cosas que no son las que Dios quiere? ¿No estaré corriendo el riesgo de ser engañado por el engañador?
No digo que por esto haya hermanos endemoniados ni nada de eso, solo que ¿no estaremos invitando al engañador a nuestras vidas a través de nuestra oración a Dios?
Creo que debemos tener en claro que no es una cuestión racional, es una cuestión espiritual, y como nuestros frutos son los que nos muestran cual es nuestro grado de compromiso con lo que decimos que creemos y nuestra boca declara lo que hay en nuestro corazón creo que debemos tener cuidado cuando hablamos de entrar donde deberíamos estar especialmente si esto lo hacemos en oración.
Me gustó algo que dijo Juan Ballistreri en una reunión en Buenos Aires. Dijo; “muchos estamos enamorados de Jesús cuando deberíamos estar enamorados de la obra de Dios que es de lo que Jesús estaba enamorado”
Puedo emocionarme cuando, después o durante una oración, el Señor me habla y me dice lo que le place comunicarme, pero no debo hacer que mi oración arranque por los sentimientos porque va a ser una oración sentimental y así estoy glorificando a Dios y Él no va a poder manifestar su gloria en y a través mío.
Si alguien está en esta situación de no poder orar sin que sus emociones le interfieran, entonces deberá rever su fe primeramente, en quien tiene puesta esa fe, y como está su llenura del Espíritu Santo.
Dios quiere que todos sean salvos, Dios quiere que todos reciban el Bautismo del Espíritu Santo, Dios quiere tener una relación personal con todos y cada uno, pero Dios no quiere que nos dejemos engañar como chiquillos que no saben.
Dios se va a manifestar a través de quien Él quiera y le va a dar palabra a quien a Él le plazca para su pueblo, no olvidemos que pudo usar a una mula, pero también quiere que nuestra relación con Él sea clara y fluida, sin formalismos, sin fórmulas, sin largas peroratas que suenan lindo pero no dicen nada.
Dios es nuestro Amigo, en quien podemos confiar, quien nos ayuda en todo y quien quiere que le digamos lo que sea que tengamos que decirle claramente, sin vueltas.
Renovemos nuestro bautismo en el Espíritu y hablemos claro con nuestro Dios.

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