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¿Remendando el velo?

Lucas 23.45 – Y el sol se obscureció y el velo del templo se rasgó por la mitad.

Hemos dicho en otras ocasiones que Jesús vino a cumplir la Ley, y con su llegada, todo lo que debía cumplirse por mandato quedó completo. Este juego de palabras es la forma más clara de explicar este punto: Jesús vino a hacer que la Escritura se cumpliera y a presentar al pueblo elegido la manera de entrar y vivir en el Reino de Dios, en plena justificación y justicia.

En los primeros años tras la crucifixión y resurrección de nuestro Señor, los creyentes fueron perseguidos. Muchos, como Esteban, sufrieron hasta la muerte por su fe.

Por mucho tiempo se nos ha enseñado que esta persecución fue meramente religiosa, y es cierto. Sin embargo, estudios arqueológicos demuestran que también hubo una dimensión política: los seguidores de “aquel nazareno”, el “hijo del carpintero” —como algunos documentos históricos se refieren a Cristo— eran vistos como rebeldes. No pagaban el diezmo en la sinagoga, no obedecían a los sacerdotes ni respetaban las liturgias y costumbres del templo. Esto los puso en una posición de desventaja y fueron considerados como opositores de la Ley.

Y, pensándolo bien, lo eran. La Ley ya no tenía autoridad sobre ellos.

No quiero que esto se interprete como un cuestionamiento de la auténtica revelación de la Palabra de Dios. Al contrario, si no analizamos el contexto completo, corremos el riesgo de cometer el mismo error que muchos que se dicen maestros de la palabra.

Si pudiéramos viajar en el tiempo, seguramente entenderíamos mejor cómo era aquel momento y cómo se vivía. La historia nos ha llegado principalmente a través de la Biblia, pero verla con nuestros propios ojos nos brindaría una perspectiva más profunda.

Volvamos a la Ley. El pueblo de Israel recibió de Dios las tablas que fueron entregadas a Moisés en el monte Sinaí. En el desierto, donde permanecieron 40 años debido a su desobediencia y falta de fe, se instituyó el sacerdocio y la tribu de Leví fue la elegida para ejercerlo.

El primer tabernáculo era una tienda de campaña, diseñada según las instrucciones divinas dadas a Moisés. Dentro, se guardaba el Arca de la Alianza y se disponían los altares según su propósito. Allí se hallaba el velo, separando el lugar santo del lugar santísimo, donde moraba la presencia de Dios.

Solo el Sumo Sacerdote podía entrar en el lugar santísimo, con campanillas en su ropa y una soga atada a su pie en caso de que algo le ocurriera, pues nadie más podía entrar. Este era el punto culminante de la Ley: la separación final entre el hombre y Dios.

Con la llegada del pueblo de Israel a la tierra prometida, el tabernáculo fue reemplazado por templos, construidos y reconstruidos tras diversas invasiones, hasta llegar al majestuoso templo de Salomón. Sin embargo, Dios nunca necesitó un templo de piedra donde morar; su deseo siempre fue habitar en quienes le aman.

Con el tiempo, el culto judío evolucionó y surgieron las sinagogas, lugares de reunión donde se compartía la palabra y el consejo. El templo dejó de ser el centro exclusivo de adoración.

La compra de los animales para los sacrificios también cambió: en lugar de llevarlos, se adquirían a los cambistas a las puertas del templo, esos mismos a quienes Jesús expulsó con un látigo.

El templo de Jerusalén respetaba las dimensiones entregadas por Dios a Moisés e incluía el velo que separaba el lugar santo del lugar santísimo. Este velo, primorosamente tejido, tenía un grosor de más de 10 cm y un considerable peso.

Pero en el momento de la muerte de Jesús, el velo del templo se rasgó de arriba abajo, abriendo el paso entre el hombre y Dios.

Curiosamente, los primeros cristianos apenas mencionaron este evento. Solo Lucas lo registra en su evangelio. Quizás porque ya habían comprendido que Cristo era la verdadera puerta y que el velo rasgado era un mero símbolo. Ellos sabían que, gracias a la salvación en Jesús, tenían acceso directo a Dios.

Desde entonces, la fe creció y las manifestaciones relatadas en el libro de los Hechos fueron el fruto de esa fe.

Sin embargo, la iglesia siguió evolucionando, y con ella, surgieron dogmas y liturgias provenientes de diversas fuentes, tanto judías como gentiles.

Con la llegada del cristianismo a Roma, se añadieron nuevos elementos al culto. Lo que en sus inicios fue una fe sencilla, terminó transformándose en un entramado de leyes y dogmas aún más complejo que la Ley de Israel.

El protestantismo trajo un giro hacia los orígenes de la fe cristiana, pero el camino aún es largo. Desde Lutero hasta hoy, lejos de simplificarse, la fe cristiana ha acumulado más estructuras y regulaciones, alejándonos cada vez más de la relación pura con Dios. Contamos con más tecnología, mejores estudios, valiosos descubrimientos arqueológicos, pero seguimos mezclando la semilla. O mejor dicho, seguimos “remendando el velo”.

El Señor nos dice que Él separará la cizaña del trigo, pero ¿acaso no estamos sembrándola juntos?

Estoy convencido de que, a lo largo de los años, hemos recibido semilla mezclada y seguimos sembrándola, convencidos de que es lo mejor. ¿Qué significa esto? Significa que, en lugar de una fe pura, hemos agregado ritos, dogmas, leyes y liturgias.

Jesús cumplió la Ley. El velo se rasgó. Pero la iglesia lo remendó.

La iglesia primitiva vivió una fe pura, sin añadiduras. Sabían que la Ley había sido cumplida en Cristo y que ya no tenía poder sobre ellos.

Hoy, la iglesia desea creer, pero está atada por estructuras y disposiciones impuestas por líderes que gobiernan más una organización que un organismo. No es que la organización sea mala, pero está sofocando el cuerpo por el que Cristo fue crucificado.

¿Cómo se soluciona esto? Es simple, pero difícil en el marco de la iglesia actual.

Debemos practicar y predicar el Evangelio de libertad en Cristo, sin ataduras religiosas. La alabanza debe ser genuina, sin importar si se expresa con canto, silencio, danza, gritos o manos levantadas.

Dios espera nuestro contacto. Él solo quiere que nos acerquemos, de la manera que más resuene con nuestro corazón. Sea con una palabra, un acto, una canción o simplemente en silencio. Y quien se acerca a Él, recibe su bendición y el reconocimiento de ser su hijo.

No mezcles más semilla. No pongas puntadas en el velo. Si tu fe te lleva a hacer la voluntad de Dios, puedes estar seguro de que Él no te juzgará.

Tal vez la iglesia te discipline o te separe, pero la única disciplina que importa es la de Dios.

Camina en paz con Él, y verás cómo los hombres reconocen la diferencia que Dios hace en tu vida.

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